Dentro de la serie que el PEW Charitable Trusts dedica a la generación distribuida, “Distributed Generation: Cleaner, Cheaper, Stronger”, se ha publicado el informe “Energy Storage for the Evolving Power System” en el que se analiza la relevancia de los mecanismos de almacenamiento de energía en el sistema eléctrico, especialmente en el mercado estadounidense.
El sistema eléctrico se encuentra envuelto en un proceso de transformación y modernización global encaminado a mejorar su sostenibilidad medioambiental, eficiencia y la garantía de su suministro. Para contribuir a ese proceso de transformación y a la consecución de los objetivos mencionados, será necesario fomentar el desarrollo de innovaciones tecnológicas vinculadas a las energías limpias como las microrredes, las soluciones de almacenamiento o los sistemas inteligentes de energía.
En concreto, las soluciones de almacenamiento energético[1] permiten acumular la energía producida y almacenarla hasta que se necesite. Este mecanismo es especialmente útil para facilitar la integración de las tecnologías renovables intermitentes (eólica, solar, etc.) en el sistema ya que permite compensar el efecto de las cambiantes condiciones meteorológicas sobre la electricidad generada por estas fuentes. Además, el almacenamiento facilita la labor de las utilities en el balanceo de red (p. ej. desplazamiento de picos de demanda, disponibilidad de back-ups, etc.) que les permiten equilibrar mejor la capacidad fija de generación con la demanda variable, ofreciendo un servicio más fiable, seguro y asequible.
A finales del 2015, existían 244 proyectos de almacenamiento de energía en Estados Unidos, lo que representa 381 MW de capacidad. Se estima que en 2019 la capacidad de almacenamiento alcance los 861 MW y que, para el año 2022, ésta aumente más de un 10.000% respecto niveles de 2014. El rápido crecimiento esperado en este mercado supone una oportunidad importante para inversores, empresas y economía en su conjunto. Sin embargo, para que estos beneficios se hagan realidad, se necesitan apoyos gubernamentales y cambios en las políticas que regulan los sistemas de almacenamiento de energía.
Actualmente, a pesar de sus potenciales beneficios, los mecanismos de almacenamiento deben superar diversos retos como la reducción de sus elevados costes, la valoración global de sus beneficios y la mejora de su acceso a la red y de sus protocolos de integración. Para superar estos desafíos, el Departamento de Energía de EEUU ha impulsado iniciativas como la investigación, talleres, oportunidades de financiación, subvenciones a pequeñas empresas de innovación, la colaboración con los laboratorios nacionales y el lanzamiento de proyectos piloto, brindando así apoyo federal tanto en la investigación como en la implementación de las nuevas tecnologías de almacenamiento.
Por su parte, los legisladores y reguladores federales pueden contribuir a la aceleración del desarrollo de las tecnologías de almacenamiento modificando las políticas energéticas que limitan el uso de esos sistemas; implantando mecanismos tales como el crédito fiscal a la inversión o estructuras de negocio especiales como los “master limited partnerships”, que presentan ciertas ventajas tributarias; y aprovechando las diferentes oportunidades existentes a nivel federal para incentivar el uso de estos mecanismos.
[1] Actualmente existen diferentes de tecnologías de almacenamiento, entre las que destacan: las baterías, los volantes de inercia, los condensadores electroquímicos o el almacenamiento de energía magnética superconductora, entre otras. La gran mayoría están experimentando una evolución acelerada, mejorando su capacidad, durabilidad y coste lo que les permite ofrecer unos servicios cada vez más atractivos para los usuarios y despertar un interés mayor en los inversores.